Era de noche y hacía frío, un frío invernal y húmedo de esos que te calan todos los huesos. La calle estaba vacía y la neblina, junto el vaho de mi aliento, hacían visibles los haces de luz de las tímidas farolas.
Llegué al portal de mi casa.
El sonido de la apertura de la puerta rompió el silencio de la noche, pero sólo por un instante. Al abrir la puerta, se generó un efecto de succión que arrastró consigo un remolino de bruma fría hacia el rellano del edificio. La neblina, como un invitado inesperado, se deslizó por el interior, envolviendo las sombras y las luces tenues del portal en un velo etéreo.
Subí en ascensor. Me encontraba totalmente en éxtasis con mis pensamientos pero temeroso por el esperado recibimiento culpabilizador de mi madre.
Después de una eternidad llegué hasta la puerta de mi piso. Introduje la llave silenciosamente en la cerradura y abrí con cuidado. Me descalcé antes de entrar al vestíbulo y apenas hice ningún ruido. A lo lejos observé que la luz de la habitación de mi madre estaba encendida y con la puerta abierta. Fui casi levitando hasta mi habitación y ahí encendí la luz.
Pero a los dos minutos mi madre entró, con rostro de mezcla de tristeza y reproche, y espetó:
— ¿Qué horas son éstas?
— Ahora no, mamá, quiero escribir algunas ideas.
— ¿Tanto te cuesta venir a saludar a tu madre?
— Es que me rompe el trance, por favor, déjame escribir.
Yo tenía apenas 17 años y estas conversaciones jamás terminaron aquí sino que se alargaban catastróficamente. Visto con perspectiva no fui inteligente emocionalmente. Pero como decía, tenía 17 años y unas circunstancias.
Recuerdo que sentía una intensa y punzante frustración por no tener el espacio que necesitaba para explorar mis pensamientos.
Si hubiera cedido a mi ambiente familiar, si no hubiera sido una persona autónoma -quiero pensar con cierto poder personal- hubiera sucumbido a la inmensa influencia de mi madre. Ella era (y es) una persona poderosa con los demás, muy influyente, pero totalmente impotente consigo, con poco poder personal. Era alguien con uranio radiactivo en los bolsillos, con un poder infinito pero inestable y que se desintegraba inexorablemente, una especie de Marie Curie pero a su manera. Se hubiera adaptado bien un frente de guerra donde salvar vidas.
Libertad incondicional y luchada
Recuerdo que hace poco ella me recordaba que había hecho todo lo que había querido durante mi adolescencia, que había sido libre, que no me podía quejar.
Pero creo que podríamos discutirlo.
Para empezar, sería muy cuestionable si esa libertad era incondicional, o era una libertad a pesar de la coacción a través de la culpa, las exigencias autoritarias y el victimismo por tener un mal hijo.
Sí, creo que era eso.
Gracias a ser un chico larguirucho con autonomía y capaz de disfrutar mucho todo tipo de actividades, había podido compensar todos esos castigos invisibles. En psicología decimos que el reforzamiento es aquello que aumenta la probabilidad de realizar una acción y un castigo es aquello que la reduce. Desde mi perspectiva yo ahí viví una batalla épica entre dos polos: uno que me expandía y otro que me contraía. Todo lo que negativamente me pudo condicionar pude contracondicionarlo siendo un motivado de la vida, y ello por supuesto gracias también a la suerte de disfrutar un entorno estimulante. Mis amigos y contexto me permitieron desarrollar una profunda relación amorosa con el cine, el conocimiento, la tecnología, el activismo político y la música. Mi curiosidad y apertura innata, así como las habilidades acumuladas hasta entonces, sobre todo gracias a mi padre y abuelo, me hicieron exprimir y gozar de esas oportunidades. Y ello amortiguaría la destrucción inconsciente de mi forma de ser introvertida, reflexiva y profunda. La destrucción y muerte no ganarían en esta ocasión a la creatividad y ganas de vivir.
Los achuchones, los besos, las caricias, la intimidad, la ternura, el consuelo, la escucha activa, las sonrisas de aprobación, los comentarios alentadores, el interés y atención por quién era, qué quería y qué hacía… todo ello, todo, me fue ajeno o demasiado lejano. Nadie tenía interés en mi persona. Quizás por ello no he querido celebrar nunca mis cumpleaños.
Refugiándome en la oscuridad
Volviendo al relato: finalmente, después de una discusión dramática con mi madre que me dejó el alma lleno de odio, después de haber sido una vez más un inmaduro egoísta por no haber comprendido las necesidades del adulto, pude meterme en la cama. Los huesos se fueron secando y calentando y mis ganas de destruirlo todo fueron apaciguándose mientras escuchaba una música que se sincronizaba conmigo.
No sé qué sería de mí si no fuera por tanta música que armonizaba con mi intensa y profunda frustración e impotencia. Yo no sabía llorar en esa época porque nadie me había enseñado. Tampoco tenía derecho a ello. Pero sí tenía la destrucción como modelo de canalización de mis emociones. Escribir, la música (el punk, el metal y el hardcore) y la guerra social fueron mi salvación.
Los trazos del alma
Apagué la luz y todo estaba totalmente oscuro. Podía abrir y cerrar los ojos que no había diferencia. Todo estaba negro ¿O no era realmente así?
Empecé a observar la negritud de la ausencia de luz y ahí estaban esos puntos luminosos, esas interferencias de mis circuitos visuales, esos espasmos de mis conos y bastones, quizás ecos y resonancias de mis millones de neuronas haciendo sinapsis en el espacio profundo de mi ser.
Creía poder ver mi cerebro en cierta manera y así me quedé observando durante incontables minutos.
Igual que en la pantalla de ruido blanco (la nieve) de las antiguas TV no sintonizadas podíamos ver el rastro de todo tipo frecuencias (incluso la radiación cósmica de fondo de microondas que procede del origen del universo) quizás en la visión de la oscuridad pueda rastrearse y percibirse un sinfín de procesos del cerebro y del entorno. Como cuando el sonido repentino lo visualizo como un relámpago momentáneo de colores.
Recuerdo que a ratos descansaba porque sentía que forzaba la vista y comprometía la mecánica de mi retina, por ejemplo intentando enfocar aquello que intuía ver pero que se me escurría una y otra vez.
Con el tiempo pude intuir una superposición casi cuántica de mosaicos escurridizos y geometría fractal, una plantilla o estructura base de lo psíquico y las infinitas posibilidades, un código fuente que era substrato de la máquina proyectiva más avanzada en la Tierra: la psique humana.
Esa noche al final se hizo de día y apenas dormí.
Desde ese día me obsesioné con la idea de que la oscuridad iba a ser la puerta a grandes secretos de mi interior. E iba a explorarlo a muerte.
Una mirada penetrante
Aquel día pasó. Sobreviví fácilmente en el primer mundo y rodeado de privilegios. Aunque no era feliz porque era extremadamente pobre en otros aspectos esenciales.
Con la llegada de la noche, tan anhelada, encontré la soledad y una tranquilidad relativa
Volví a intentar observar la oscuridad.
Intenté observar en todo tipo de condiciones: con ojos abiertos y cerrados, apretándolos levemente, enfocando más o menos, con más o menos penumbra, fijando o dejando a la deriva el lugar de interés o que prometía formas más interesantes.
A veces se formaban manchas de color sepia, generalmente en lados periféricos, nunca en el centro. Si bajaba la vista o la dirigía al lado donde se definían estas manchas, las manchas se desplazaban o se disipaban. Me veía a mí mismo como un moderno Tántalo en el inframundo, rodeado de belleza y tesoros, pero incapaz y condenado a no alcanzarlos nunca.
Una noche por fin ocurrió algo: conseguí avanzar un poco más profundo (mi avance preferido). Se abrió una ventana a un nuevo lugar. Esta ventana brotaba de las manchas de color sepia y tenían formas complejas reconocibles. Parecían emerger por capas, primero más difusas y luego añadiéndose más definición, hasta por fin haber color y movimiento.
Pude ver varias cosas en diferentes días. Recuerdo paisajes montañosos, edificios altos con sus ropas tendidas, todo en movimiento, un sótano con taquillas y cajas.
Con el tiempo se volvió una forma de meditación y entendí que era más fácil ver algo si me acababa de despertar, y si no me obsesionaba y fluía. Entonces volvían a asomar las escenas coloridas, como dejadas al descubierto por el quemado irregular de una tela opaca pastel que estaba encima.
La verdad es que nunca he tenido alucinaciones más allá de estas experiencias y sabía que todo ello no era simplemente una imaginación vivida, ensoñación o soñar despierto. Realmente estaba viendo todo ello como si fuera algo tan real como lo que estás viendo ahora mismo.
Un poco de ciencia
Revisando literatura científica al respecto encontramos algunos fenómenos interesantes como los fosfenos, esos patrones de luz subjetivos visibles con los ojos cerrados y que se relacionan con todo el sistema perceptivo visual (que involucran los ojos, el nervio óptico, el quiasma óptico, el tálamo y la corteza visual).
Los fosfenos han sido estudiados ampliamente y se ha descubierto que varían en forma, intensidad y características, incluyendo formas que varían desde manchas simples hasta líneas, cuñas, óvalos distorsionados y nubes amorfas, y todo ello pudiendo moverse o mostrarse en diferentes colores (Sinclair, 2016). Lo interesante es que estos patrones pueden cambiar según la posición de los electrodos utilizados en el contexto de un experimento, lo que sugiere que los fosfenos tienen una rica variedad de apariencias.
Brigo (2012) investigó cómo los pacientes con migraña experimentan fosfenos. Descubrió que los pacientes con migraña que ven auras, esas luces o formas extrañas antes de un dolor de cabeza, tienden a tener una mayor sensibilidad en su corteza visual, la parte del cerebro que procesa las imágenes. Sin embargo, esto no se aplica a todos los pacientes con migraña. Otro punto del estudio es que no se puede usar la simple presencia de fosfenos para medir la excitabilidad del cerebro, ya que otros factores como la forma del cerebro y el grosor del cráneo también juegan un papel importante. Esto sugiere que la relación entre los fosfenos y los trastornos neurológicos es más compleja de lo que se creía.
Además, la investigación de Dadwal (2021) indica que las alucinaciones visuales están asociadas con la psicosis orgánica, lo que sugiere un vínculo entre las alteraciones de la percepción visual y condiciones psiquiátricas específicas. Por otro lado, Orsolini (2017) describió el trastorno de percepción persistente por alucinógenos, que se caracteriza por síntomas perceptuales prolongados o recurrentes similares a los efectos agudos de los alucinógenos, reflejando cómo la percepción visual puede verse alterada por sustancias externas.
Por otro lado, explorando explicaciones razonables, mi experiencia podría estar relacionada con la forma en que nuestro cerebro procesa estímulos visuales en ausencia de información externa clara (Wiseman, 2008). La ambigüedad sensorial es algo que parece producir experiencias extraordinarias (y erróneamente desambiguadoras) que interpretamos incluso como esotéricas.
No obstante, parece menos clara la explicación del hecho de observar ese sótano, esos edificios y paisajes montañosos.
Las explicaciones más probables es que fueran alucinaciones (aclaro que puede pasar sin patología psicótica) (Dadwal, 2021) o algún tipo de actividad cerebral cercana al fenómeno de los sueños lúcidos (Stumbrys, 2012).
Por supuesto, también podríamos estar abiertos a explicar todo esto a través de alguna hipótesis extraordinaria (podría revelar que vivimos en una simulación pues la experiencia tenía algunas similitudes con los procesos de construcción de imágenes por parte de las redes neuronales de muchas inteligencias artificiales como DALL-E 3 -la que ilustra mis newsletters) aunque ello requeriría evidencia extraordinaria que quizás no pudiéramos hallar durante esta vida. O quizás la ciencia no tenga nada que decir nunca. O quizás sí pues últimamente las neurociencias y la IA están logrando cosas inimaginables.
Para terminar
En cualquier caso, estimado lector o lectora, permitamos que nuestra intuición fluya y confiemos en que detrás de esa oscuridad se oculte una nueva puerta.
¡Feliz entrada al 2024!
Os dejo una canción que me acompañó mucho en esa época:
Recomendación: si has recibido esto por correo electrónico es probable que no leas la última versión de la newsletter (lo ideal es que entres a mi página de substack). Ello porque cuando publico suelo estar luego dos días retocando bastante. Podrías decir “a ver, Aleix, espera dos días antes de publicarlo y ya está”. Toda la razón. Lo he intentado pero no, me supera, no hay manera, no soy así, de esos.